top of page
  • Foto del escritorMarina Lillo García

Crisis ecologica y sanitaria

Actualizado: 15 jun 2020

Al zambullirse en el océano de capas de conocimiento que supone informarse sobre la crisis climática, aparece una tremenda disparidad entre lo micro y lo macro. Cuanto más buceas, aparece con mayor intensidad la desesperanza, y lo que nos abruma la cantidad de cosas que habría que cambiar. La magnitud del problema e intentar llegar a entenderlo en su totalidad, drena energía, nos hace sentir pequeños. Afecta a todos los campos de la vida y abarcarlo es tarea casi imposible.

Sin embargo, hay que sacar fuerza de la debilidad para luchar.

Se puede escuchar esa desesperanza y respetar los procesos personales pero no abrazarla y no regodearse en ella, para resistir desde lo colectivo, creando proyectos locales, desde abajo, desde lo concreto.

Es importantísimo para no desistir, porque estamos vivos y mientras estemos vivos, podemos hacer muchas cosas, tenemos márgenes de actuación.


Al escribir sobre el conflicto medioambiental en el marco de este momento histórico de crisis sanitaria global, es imposible no encontrar relación directa.

Esta pandemia pone de manifiesto todas las patologías que tiene nuestra sociedad.

El virus Covid-19 señala lo que ya sabíamos, que nuestro sistema, (como dice Yayo Herrero), está en guerra con la vida. La producción en los países más afectados se ha reducido muchísimo. Y los efectos son especialmente notables en China, la fábrica del mundo.

Y lo peor es que no nos resulta para nada paradógico que algo que nos mata, reduzca las emisiones y de un pequeño respiro al planeta.

Aunque esto solo puede ocurrir porque se supone que esta crisis es algo temporal, este parón de la producción jamás se habría realizado sobre el supuesto de un parón definitivo, estas actuaciones gubernamentales no son totalmente extrapolables a la crisis climática porque la sensación de emergencia en la población no es tan inmediata, porque los mayores efectos por ahora no los estamos sufriendo nosotros (que también) sino el sur global.

Sin embargo sí que nos puede demostrar la rapidez y la efectividad con la que los gobiernos pueden actuar. Puede ser esta fuerza, la que nos ayude a partir de ahora, al conocer las capacidades de la sociedad para adaptarse y ser más resilientes ante las adversidades. Por una parta esperanzador de cara a actuaciones respecto a la crisis climática, por otra, aterrador.


Efectivamente, es un momento clave para empujar decisiones políticas colectivas, para organizarnos aunque se vea limitada nuestra capacidad de reunión.

Para ser críticos y no empezar a incorporar estas prácticas políticas de estado de emergencia como algo extrapolable a otras situaciones, no normalizarlas. Estar atentos a la posible consolidación de estrategias autoritarias. Y no ser tolerantes con ellas.


En estos momentos todos tememos el aislamiento social. Es una gran oportunidad para la introspección también, trabajar nuestro conocimiento, aprovechar para avanzar en nuestras deconstrucciones. Pero tener cuidado también con ese individualismo que a veces aflora con el miedo, y no perder de vista la importancia de los grupos de apoyo y lo colectivo.


Las nuevas formas de relación interpersonal que se están dando son muy interesantes; mayores cuidados y preocupación por los vínculos afectivos, festivales digitales, proliferación de reuniones de vecinos desde las terrazas, mayor empatía, protección de las personas vulnerables, estructuras, resistencias, organización. Todo esto no se debería vivir como estrategias de paso, pueden ser la clave para la movilización mientras esto ocurra y cuando esto pase, para cambiar nuestras formas de lucha y reforzar las resistencias colectivas.


Sin embargo, efectivamente, la única forma de seguir saciando nuestras necesidades sociales, de continuar y reforzar los vínculos, de “mantener” nuestros trabajos y obligaciones, es a través de internet. Esto pone de manifiesto lo hiperdependientes que somos de las telecomunicaciones, y por ende, de la energía (en su mayoría, efectivamente, proveniente de hidrocarburos fósiles). Telecomunicaciones que desde hace décadas son absolutamente esenciales para el desarrollo del estilo de vida occidental y ahora demuestran que sin ellas, las consecuencias esta crisis sanitaria serían muchísimo peores, incalculables. Desde internet se intenta mantener el status quo. Aún no ha caído todo. Ya no vivimos hacinados en ciudades “insalubres” como en el siglo XIX (O casi), ahora sabemos como nos contagiamos y como prevenirlo, ahora nos llaman al aislamiento. Ahora todo ser humano es un posible foco, un posible peligro y eso en pocos días está cambiando nuestra manera de relacionarnos, de recibir y dar cuidados. Estas semanas o meses que vienen… ¿vamos a perder esa fisicidad de las relaciones?


Por otra parte, todos los refuerzos de los sistemas financieros y los estados de emergencia que buscan mitigar los efectos de la crisis, son esfuerzos por volver a ese status quo. Esta situación política puede suponer un retraso con los (pocos) avances que se estaban empezando a realizar desde los gobiernos respecto al cambio climático, la transición energética… El miedo de lo inmediato, a la enfermedad, nos puede hacer dejar en otro plano la emergencia medioambiental en la que seguimos y seguiremos metidos.


El sistema de consumo que tenemos montado nos hace absolutamente dependientes de macroestructuras con muy poca resiliencia, muy frágiles. Los momentos de crisis nos hacen preocuparnos por el abastecimiento. Los supermercados de Madrid han sido vaciados por el pánico, por el miedo a ese desabastecimiento. Pero si algunas piezas de ese sistema que nos trae comida producida a quilómetros y quilómetros de aquí, se rompe, las ciudades están perdidas. En Madrid, como dice Yayo Herrero, no se produce nada que nos sirva para estar vivos. Estamos vacíos. Todos nuestros trabajos no sirven de nada ante este tipo de adversidades. Madrid no duraría ni 1 semana aislado. Las ciudades solo funcionan porque drenan recursos de todas partes.


Que haya diversidad de estructuras políticas y económicas es la clave para que los sistemas humanos tengan más fuerza de adaptación en este presente y en el futuro de incertidumbre. Imitando lo que funciona desde la naturaleza para la resiliencia de las poblaciones y los ecosistemas: la biodiversidad. (por ende, planteando biomímesis, no desde el diseño, sino desde la gestión de los sistemas humanos)

Monedas locales, autogestión, soberanía alimentaria, democracia participativa, organización asamblearia…


Y dejar de trabajar con esa separación del hombre y la naturaleza, que nos sigue elevando y separando de las leyes que rigen la vida. Dejar de lado la autopercepción de la especie humana que nos da la cultura dominante; enterrar, como dice Jorge Riechmann, esas fantasías de omnipotencia que nos aseguran que se resolverán todos los problemas que se nos presentan con mayor desarrollo tecnológico.


A nivel micro, el cambio individual es importantísimo porque aporta coherencia a la practica cotidiana y demuestra que se puede construir otro mundo, y más aún de manera colaborativa; cooperativas de consumo, proyectos de neorruralismo, organizaciones de barrio, huertos urbanos, agricultura regenerativa… En resumen, un nuevo modelo agroindustrial y de gestión social contra la mercantilización de la vida. (Que suena inalcanzable) Pero como dice Esther Vivas en “La voz del Viento, Semillas de transición”; sin duda hay que realizar cambios en el ámbito cotidiano al mismo tiempo que se plantea un cambio de modelo a través de la movilización social, solo entonces podemos conciliar la magnitud del conflicto con nuestro alcance personal y no debilitarnos antes de poder realizar avances. Porque las alternativas existen, y están planteadas, y son posibles.


Necesitamos coraje, no esperanza. Porque, como nos recuerdan desde Extinction Rebellion; el duelo asociado al desastre medioambiental, es inevitable y el coraje supone hacer las cosas bien sin la esperanza de la seguridad de un final feliz.

bottom of page